Tiros por la culata

Tiros por la culata

Mariano Ferrer

Dicen los castizos, y lo recordaba Javier Pradera al hablar del lío interno del PP, que la ópera no termina hasta que cante la gorda. La gorda, la vedette, es obviamente Aznar y, al verme obligado a entregar esta piedra antes de que cante en el Congreso de Valencia, ignoro si su “aria” reforzará el liderazgo de Rajoy --dándose por satisfecho con el cumplimiento de los cuatro mandamientos que le dictó hace ahora un mes (defensa de los principios, contar con los mejores y actuar sin complejos, generar confianza en el gran proyecto de una España unida)--, o reavivará las brasas de la decaída contestación interna a la que se le han hecho muy largos los cien días entre la derrota electoral y la cita de Valencia.

Puede decirse que a los críticos les ha salido el tiro por la culata. Lo han ensayado todo: intentaron forzar la retirada de Rajoy con una frustrada aclamación a Esperanza Aguirre la noche electoral, sembraron dudas sobre su capacidad para ganar en las urnas, programaron deserciones y comparecencias para transmitir la idea de su soledad (Zaplana, Acebes, San Gil, Ortega Lara, Arístegui, Elorriaga, Luis Herrero, Cascos, Aragonés, Juan Costa...), le achacaron falta de democracia y maniobras para impedir candidaturas alternativas, empujaron a los descontentos a desafiarle, le atribuyeron intenciones de renunciar a los valores tradicionales de la derecha, le presionaron para que anunciara su equipo y así engrosar la lista de agraviados, ridiculizaron sus nombramientos, denostaron a los líderes regionales que le apoyaban (“tratan de frenar a Esperanza Aguirre para tener ellos vía libre cuando el cantado fracaso de Rajoy en las siguientes citas electorales obligara a su relevo”), alentaron el voto en blanco como voto de castigo para deslegitimar el resultado –ya sólo les queda el recurso de contar las ausencias-- y no han tenido empacho en transformar al Rajoy que habían ungido hasta el 9-M como el llamado a salvar España, en un monigote perezoso, un gallego taimado, un líder sin liderazgo, mentiroso, traidor y veleta.

Demasiado gasto para tan magro resultado. Rajoy ha llegado a la cita de Valencia más fuerte que el 10-M y con la suerte de cara: una crisis que empieza a hacer añorar a los socialistas los años de la crispación con bonanza económica. El débil Rajoy maneja el cotarro: nombra sin problemas a Dolores Cospedal y mata simbólicamente al padre poniéndole a hablar en Valencia el sábado cuando los compromisarios están pensando que es hora de comer. Incapaz de presentar alternativa, el sector crítico carece de consistencia y trata de cubrirse con apelaciones a la unidad que cuestionan incluso la oportunidad del voto en blanco no vaya a ser que más que un castigo para Rajoy evidencie la falta de apoyos de Esperanza Aguirre fuera de su enclave madrileño. Una Esperanza que parece tener ya muy poca de salir del Congreso como la autoridad tutelar del partido a la espera de que Rajoy se ahogue en la impotencia. Otra cosa es que, además de al sector crítico, también al partido le salga el tiro por la culata tras la refriega pre-congresual.

La dirección tratará de proyectar la unidad de un partido renovado, pero el desbarajuste de estos meses pasará factura. El PP ha perdido estos meses esa cohesión interna que consideraban el mayor activo de la pasada Legislatura. Es obvio que muchos militantes no ven en Rajoy un candidato ganador, aunque en estos momentos estén dispuestos a apoyarle como mal menor frente al vacío o el caos. Un grupo significativo de dirigentes se siente maltratado y desconfía de los “niñatos” que Rajoy ha promocionado. La reclamación de democracia interna deja abierto el debate sobre el liderazgo electoral para 2012. La dirección del partido tendrá que dividir su atención entre la labor de oposición y la preocupación por afianzar a Rajoy ante los próximos retos electorales que obligan a recuperar los apoyos mediáticos que ha perdido por el camino, así como la sintonía con el colectivo de víctimas muy tocado con la espantada de San Gil y Ortega Lara. Y por encima de todo ello, Rajoy necesita subsanar la carencia más llamativa del proceso de cambio que abandera: un discurso coherente que oriente ese cambio y aclare si el lo suyo es el pos aznarismo o el aznarismo desnortado.

Rajoy se ha limitado a proclamar la fidelidad a los principios y la necesidad de acomodar el partido a los cambios que se dan en la sociedad (“los 10 millones que nos han votado quieren ser 12 millones y para eso hay que cambiar algunas cosas”). Sobre los cambios ha dado algunas pistas: combatir la imagen antipática del PP, emancipar al partido de grupos de presión ajenos, abrirlo a sectores que desean una alternativa menos dogmática al PSOE, escuchar a la periferia y no sólo al griterío de Madrid, dar oportunidad a los jóvenes, atender además de a las “esencias” a las preocupaciones reales de los ciudadanos, y mantener una interlocución normal con el resto de partido, incluidos los nacionalistas moderados.

Aparte del malestar de quienes se sienten damnificados por estos cambios --élites dirigentes preteridas, grupos de presión que pierden influencia-- el problema es cómo articular esa apertura con el dogma de la unidad de España y la del partido. San Gil se plantó al sospechar que a la apertura le saliera el tiro por la culata de cuestionar postulados sustanciales (modelo de Estado, acuerdos de gobierno con nacionalistas) en la política nacional del PP (“la idea de nación de naciones choca con nuestra idea de España como gran nación de ciudadanos libres”). Otros han alertado de otro potencial tiro por la culata si el PP pierde esa condición nacional española: que deje de ser un partido para pasar a ser una confederación. En este temor subyace una reflexión de fondo recogida por Ramoneda, la evolución de España hacia una estructura en la que el conflicto centro-periferia irá dejando de ser patrimonio de los nacionalistas. Reflexión de fondo a la que se une una constatación de hecho: la apetencia de poder por parte de los barones regionales del PP a semejanza del que ostentan los del PSOE y que puede recibir impulso en la necesidad que tiene Rajoy de su apoyo.

Deducir todo esto de la modesta apertura a los partidos nacionalistas moderados, cuya intención no es otra que habilitar eventuales alianzas necesarias para desbancar al PSOE, parece exagerado. Más bien, como apunta Gallego-Diaz, el problema más inmediato puede ser una alianza del PSOE con los nacionalistas que sitúe a los populares en la necesidad de ir más allá de los cambios cosméticos para afrontar una auténtica refundación de la derecha española. El primer test lo puede tener en el País vasco. Basagoiti ha adelantado preventivamente su disposición a apoyar al PSE si apuesta con claridad por una alternativa en defensa de las libertades. Pero Patxi López ha salido rápido al quite: que no le busquen para reeditar esquemas de confrontación. No se le ha olvidado que en la apuesta frentista con Mayor Oreja a quien le salió el tiro por la culata fue al PSE. Otra cosa es lo que pueda hacer López si las urnas le permiten tener la sartén por el mango. Tampoco se le habrá olvidado que el PP les debe una desde lo de agosto del año pasado en Navarra.