La llave de Rodolfo
Josu Jon Imaz
Al saber que ETA tenía la llave del domicilio de Rodolfo Ares me he estremecido. Conozco y aprecio a Rodolfo, pero incluso si mi afecto hacia él fuese inexistente el estremecimiento hubiera sido el mismo. Porque la llave de Rodolfo es la llave de nuestra libertad. Alguien había decidido liquidar a Ares, y eso en términos humanos es horroroso. Pero Rodolfo representa una opción política que ha sido apoyada recientemente por 425.000 vascos. Y, con la llave de Rodolfo, ETA quiere poner un candado a esa voz de una parte importante de los vascos.
Hace año y medio participé con Rodolfo Ares en las conversaciones de Loiola. En su fase final la representación de la izquierda radical dio un giro de 180 grados en las posiciones que mantenía. Cada cual, desde la coherencia con los postulados propios, estábamos siendo capaces de reconducir las convicciones políticas de las diferentes partes a un camino de solución. No hicimos dejación de planteamientos democráticos legítimos, pero buscábamos compartir un futuro de acuerdo entre las diferentes culturas e identidades políticas que convivimos en Euskadi. Porque el futuro de nuestros hijos no puede construirse a costa del futuro de los hijos de aquéllos que no piensan como nosotros. En el último momento todo cambió. Alguien había decidido que, para construir el futuro de Euskadi, personas como Rodolfo tenían que dejar de pensar lo que pensaban y tenían que defender posiciones opuestas a su legítima visión del país. Y Rodolfo dijo que no, que la paz conseguida a costa de la libertad era la paz de los cementerios. Urkullu y yo, presentes en aquella mesa, defendimos con firmeza el legítimo derecho de Rodolfo. ETA no pudo imponer su posición, pero decidió acallar con la bomba de Barajas aquella discusión.
La llave de Rodolfo es la llave del conflicto vasco, el que existe actualmente en nuestro país, lo cual por supuesto no borra ni excluye la existencia de otros contenciosos o problemas políticos. Pero el conflicto por excelencia, aquél que exige la absoluta prioridad política y social, es la existencia de un movimiento totalitario que defiende un modelo de país que pasa incluso por la eliminación física de aquéllos que no piensan como ellos. La existencia de ETA no es tan sólo un quebranto ético. Es, sobre todo, un problema político porque ETA elige sus víctimas y busca objetivos políticos como son la fractura de la sociedad vasca, la confrontación entre identidades políticas y la deslegitimación de nuestro sistema institucional. En definitiva, busca la ruptura que el año 1977 no consiguió gracias a la responsabilidad del conjunto de formaciones políticas y del nacionalismo del PNV en particular, quien, priorizando la construcción y la cohesión de la sociedad vasca, apostó indubitadamente por el frente autonómico en lugar de hacerlo por el frente nacional.
Quiero demasiado a mi país como para pretender que lo construyamos los unos frente a los otros en un ejercicio aparentemente democrático, que conlleva en su seno una fricción tal que puede dar lugar a que los vascos nos enfrasquemos en un empate infinito que anule nuestra ilusión, desgaste nuestras energías y deje a la siguiente generación la herencia de la frustración. Sólo por eso merecería la pena un supremo esfuerzo por compartir un proyecto para el futuro entre las principales sensibilidades e identidades políticas del país. Las sociedades modernas se construyen a través de un acuerdo o consenso mínimo entre sus principales corrientes constitutivas. Y yo quiero para mi país la misma solidez a la que aspiran los demás, construyendo para ello unas mayorías amplias y cualificadas sobre el proyecto de futuro para Euskadi.
Pero si estas razones fueran pocas, hay una que es crucial en estos momentos: los que tenían la llave de Rodolfo buscan en nuestra confrontación la veta para desestructurar la sociedad vasca y deslegitimar nuestro sistema institucional. Por eso son más importantes que nunca las dinámicas de acuerdo frente a las de ruptura, y las de convivencia y cooperación frente a las de confrontación. A lo que más teme hoy ETA es a un acuerdo amplio; sería su mayor deslegitimación.
Hay momentos en la historia en los que los movimientos políticos tienen que establecer sus prioridades. Desde mi punto de vista, hoy, en esta coyuntura histórica, la principal tarea del nacionalismo institucional es la deslegitimación política y social de ETA y su movimiento totalitario. Nuestra herencia es la del compromiso por la libertad de las generaciones que nos precedieron. Además, amar a Euskadi significa hoy extirpar definitivamente de nuestras entrañas un cáncer que anula cualquier iniciativa legítima de avanzar en la construcción de nuestro futuro, y estar dispuestos a liderar sin complejos esta tarea histórica. Desde la convicción, como muy bien dijo Urkullu la pasada semana en Madrid, que de ellos nos diferencian profundamente los fines y los medios. El nacionalismo institucional puede ganar, además, en esta misión una legitimidad ante sectores ajenos al mismo que sin duda facilitará en un futuro próximo el establecimiento de acuerdos estables para superar de una vez por todas aquello que el pacto de Ajuria-Enea definió como el profundo contencioso vasco.
Rodolfo ya tiene su llavero en el bolsillo. Pero la llave más importante no la ha recobrado todavía: la de su libertad. Ni él, ni nosotros los vascos. Rodolfo se juega su vida y los demás nuestra libertad. Hace un año publiqué un artículo titulado 'Juntos contra el terror', en el que mostraba mi admiración ante aquellas palabras con las que el todavía diputado José Antonio Agirre, seis días antes de ser elegido lehendakari, cerraba su discurso del 1 de octubre de 1936 en el Congreso: «Os decimos con entera lealtad: hasta vencer al fascismo, el patriotismo vasco, el nacionalismo vasco, seguirá firme en su puesto». Hoy, construir patria es parafrasear a Agirre, y es sobre todo, devolver a Rodolfo Ares la llave de su libertad.
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