Bambi con cuernos

Las piedras del camino


El bipartidismo ha hecho una muesca más en nuestro sistema político. Si, primero, pudimos comprobar que los cambios que hacía Rajoy en su equipo suscitaban más interés que los que preparaba Zapatero en su Gobierno, luego hemos tenido un atípico Pleno de investidura con dos candidatos, uno a presidir el Gobierno, otro a revalidar su liderazgo en la oposición. El PSOE tiene razones para estar más satisfecho que el PP con el resultado. Los dos candidatos fueron suficientemente ovacionados por sus respectivas hinchadas. La diferencia es que los socialistas lo hacían sobrados y terminado el Pleno lo fueron a celebrar, mientras que, apagado su sobreactuado aplauso, los populares salían a conspirar.

El 9 de marzo terminó la Legislatura del 11-M, y de ella emerge un Zapatero liberado del estigma de Presidente por accidente, y libre de las ataduras que condicionaron su primer Gobierno, y un Rajoy que antes de ocuparse de Zapatero tiene que asegurarse la silla en su despacho de la calle Génova. No es que Rajoy estuviera mal, estuvo como siempre, previsible como él mismo dice, pero la ovación final de los suyos era más autoafirmación como partido que convicción de tener un caballo ganador en la carrera a la Moncloa.

No sería justo decir que Zapatero ganó el debate porque el Pleno de investidura no es un debate en igualdad de condiciones y, recién ganadas las elecciones y con la ventaja de poder hablar sin límite, el candidato juega en casa y con el árbitro a favor. Liberado de la necesidad de granjearse apoyos en el debate, Zapatero podía también permitirse el lujo de construir un discurso que sonara bien, mientras que Rajoy además de eso (defensa de los principios del PP) tenía que encontrar el equilibrio entre su papel de martillo del Gobierno --para sosegar a los que forman filas tras el “no me resigno” de Esperanza Aguirre (oposición sin complejos)--, y una forma de hacer oposición que justificara la renovación iniciada (centrismo y moderación). Sin ganas nadie de meterse en líos a las primeras de cambio, tanto los dos protagonistas principales, como los dos secundarios importantes --Duran y Erkoreka, por su condición de aspirantes a socio de Gobierno-- optaron por dejar en el aire ofertas de futuros acuerdos inconcretos, eludir compromisos que cierren puertas prematuramente, y pasar el trance con el menor desgaste posible.

Fue un debate de investidura sin sorpresas, pero con detalles que, como en política todo está muy medido, merecen atención. Así, CiU se perfila como el candidato preferente del PSOE para socio estable a medio plazo. Las quinielas pre-electorales apuntaban más hacia el PNV por la contraindicación que supone para el Govern del PSC que su oposición sea socio del PSOE en Madrid, pero ahora a Zapatero le interesa taponar un eventual acercamiento de CiU al PP, y la opción PNV ha perdido enteros tras el 9-M, tanto por “lo de Arrasate” como por la aspiración del PSE a ser alternativa de Gobierno. Lo que vaya a pasar está por ver, y el PSC no se va a quedar cruzado de brazos, pero el tono de Zapatero con Duran y con Erkoreka hablaba por sí sólo: tono de complicidad con el líder de Unión Democrática; distante y didáctico con el portavoz del PNV. Conociéndole a Zapatero, bien puede ser sólo maniobra de trilero para encelar a los nacionalistas entre sí en la disputa del favor del príncipe, pero, como apuntaba Onega, a Zapatero y Durán sólo les faltó prometerse matrimonio, y lo de las balanzas fiscales y el trasvase del Ródano sonaba a anillo de pedida.

Que Zapatero ande sobrado no significa que lo vaya a tener fácil. La idea de gobernar inicialmente en minoría con pactos puntuales a diversas bandas según los asuntos, parece asequible, pero si el Presidente está más cerca de la mayoría absoluta tiene también menos comodines que la pasada Legislatura: el de Iraq ya no da más de sí; el del PP-lobo se diluye por momentos; el crecimiento económico que apaciguaba a la opinión pública amenaza con un frenazo en seco, y los eventuales socios están más que escarmentados de la capacidad de Zapatero de decir una cosa y la otra, y hacer una distinta. Aunque renegara frente a Erkoreka de una concepción mercantilista de la política, los aliados le pasarán factura con la nota al dorso de que no se fía. Con el problema añadido de que la aproximación a CiU y PNV implica problemas con su propio partido en Cataluña y Euskadi.

En paralelo a los pactos “de gobierno” --presupuestos, leyes ordinarias-- están los “pactos de Estado” sobre las grandes cuestiones. Zapatero los quiere inclusivos, según el modelo del pacto constitucional; Rajoy admite que los secunden otros, pero, al reivindicar que lo que cuenta es el acuerdo de “los dos grandes”, apunta a la dificultad que va a tener Zapatero para simultanear el entendimiento con el PP por un lado y con PNV y CiU por otro.

El debate nos mostró a un Zapatero más propenso a entrar en el terreno ideológico de la derecha, salvo en la retórica socialdemócrata, que en el de los nacionalismos periféricos. Construyó el discurso sobre “una idea de España” que ha perdido su calificativo “plural” para pasar a ser “unida y diversa”; la política antiterrorista se diseña desde la óptica unidireccional del cerco a ETA y a su entorno hasta que se rinda; la política territorial apunta a una recentralización que proteja la capacidad de intervención del Estado y su control del gasto público. Podría, en consecuencia, deducirse que, en los términos metafóricos del mus que propuso el portavoz del PNV, Zapatero parece inclinarse a iniciar esta Legislatura intentando jugar a la grande con el PP y a la pequeña con el PNV, opción que se deriva del análisis que atribuye no haber alcanzado la mayoría absoluta a los devaneos con la cuestión territorial y la negociación con ETA.

Erkoreka se mostró dispuesto a jugar la partida que Zapatero propusiera, fuera a la grande (apuesta por la pacificación, normalización política, derecho a decidir) o a la pequeña (acuerdos sobre la política del día a día, ejercicio del actual autogobierno, etc.). Pero Zapatero fue contundente: jugar a la grande exige poner en la mesa seguridad, certidumbre y confianza --en otras palabras, atenerse a los límites y procedimientos del marco constitucional-- requisitos que no ve al PNV en condiciones de ofrecer. Tampoco parece que al PNV se vaya a contentar con jugar con Zapatero a la pequeña mientras el Presidente juega a la grande con el PP. Claro que, tampoco se puede descartar que Zapatero esté invitando al PP a consensos de Estado para que vuelva a retratarse como el partido del “no”, o para contribuir con su oferta a la división de la derecha.

Escribe Salvador Cardús en “La Vanguardia” que es difícil saber si Zapatero trata de simular lo que no es, o disimular lo que es. Habilidad que le abre tanto margen para establecer acuerdos como un problema de credibilidad para consumarlos. Al Bambi adolescente de 2004 no sólo le han salido los cuernos sino que parece además dispuesto a ponérselos a cualquiera.Y mientras tanto, el Lehendakari a la espera, seguro de que él y Zapatero están condenados a entenderse.

Mariano Ferrer